Un ejemplo de confianza y superación

Wilma Giglio egresó del Seminario de Danza Nora Irinova. Actualmente es solista en el Ballet Real de Dinamarca, de prestigio mundial.

Wilma Giglio por Thomas Cato

Con sus 26 años, su persistencia en contar historias de personajes a través de la danza la convirtió en figura de la compañía dinamarquesa y la proyectó a escala internacional. En su relato, aparecen como vocablos recurrentes la “disciplina” y “el amor”, anclajes de una profesional de pura cepa.

El amor por el Clásico

Cerca de la casa de la niñez de Wilma Giglio había una academia de danzas, un simple disparador vocacional que tuvo la joven bailarina en su infancia

“Me acuerdo que cada vez que pasaba por el frente, podía ver nenitas, bailarinas con tutús -recuerda-. Yo me agarraba de la ventana, quería estar ahí, hacer eso. Ahí empezó la curiosidad”.

Freznte a la curiosidad, Giglio rememora un pasaje con su madre cuando tenía ocho años de edad. La escena transcurre frente a la fachada del Teatro del Libertador General San Martín.

“Mi mamá me muestra el teatro y me comenta que había una escuela para bailarines clásicos. Audiciono. En los primeros años, todo empezó como un juego. Era algo que yo podía hacer, podía divertirme. Podía poner mi mente ahí y concentrarme solo en eso, la música, ponerme las medias puntas”, describe los primeros encuentros con la danza clásica.

“El amor por la danza vino a los doce años -afirma la bailarina-, empecé a estar más curiosa en otro nivel, trataba de practicar extra para las clases, me quedaba un rato más revisando los ejercicios. Yo creo que se convirtió en una necesidad, era como yo me expresaba”.

La bailarina cordobesa bajo el lente de Cato

Las lecciones del Seminario “Nora Irinova”

Su estadía en el organismo de formación duró ocho años, una temporada de juegos y entrenamientos. “Me enseñó la disciplina de trabajar duro. Los primeros años, cualquier niño quiere hacer de todo y no se tiene mucha disciplina. Pienso que en esta carrera es justamente algo que necesitas y me lo enseñó el teatro. Entrar a clase a tal horario, ser puntual. Esa disciplina, perseverancia, responsabilidad y dedicación, quedaron conmigo por siempre”, asegura Giglio.

“En Córdoba, había una relación más amigable con el alumno. Teníamos una voz, en el seminario podíamos hablar y le daban mucha importancia a lo que el alumno pensaba. Cuando llegué a Canadá fue lo contrario: los profesores eran menos amigables. Los roles eran más marcados entre alumno y profesor, pero cada cosa tiene sus pros y sus contras”, comenta la bailarina.

“Yo siempre quise ir a Europa, no sabía cómo”

Su ticket de emancipación llegó a sus 15 años de edad, tras un periodo de esfuerzo y vocación, y luego de obtener el Prix de Lausanne, en 2011, el certamen internacional para jóvenes bailarines.

“Fui a Suiza por dos semanas. Fue toda una experiencia. Fue como poder ver el mundo de la danza en un solo lugar. Vi a los directores, cómo se manejaban, a las estrellas de la danza y a las escuelas de danza con muchísima historia. Ahí empecé a abrir mi cabeza, ¡hay mucho que aprender!”, recuerda la ganadora del Premio de talento Ole Nørlyngs.

“Yo sabía que estaba al frente de estrellas, personas que me iban a mirar y que podían cambiar mi vida para siempre”, cuenta Giglio mientras describe unos nervios que nunca antes había sentido en su vida.

Fotografía de Thomas Cato

Un episodio en Canadá, la adolescencia

En ese certamen, dos compañías la tentaron, pero según sus palabras, la decisión fue sencilla.

“Soy un poco intuitiva con esas cosas. Cuando se me acercó la directora de la Escuela de Ballet de Canadá, la distinguida maestra Mavis Staines, la manera en que ella es y cómo me ofrece la beca, no le pude decir que no. Me habló con calidez, me dio seguridad, incluso financieramente. Me dijo que iba a poder terminar mis estudios, estar en una residencia con los otros bailarines. Estábamos muy cuidados. Ella me transmitió seguridad en una de las mejores escuelas del mundo”, confiesa.

De los años en Canadá, Wilma Giglio recuerda su adolescencia, una etapa que nombra como “muy importante” en la vida de un bailarín; se trata de un nuevo conocimiento de su cuerpo, de comprender cómo se despliega y funciona. Sin embargo, en su segundo año allí, Giglio sufre una tendinitis en el arco del pie, una lesión que ella bautizó como su “bendición”.

“Recibí mucho apoyo de mis profesores y me enseñaron cómo cuidar mi cuerpo. Empecé a ver qué me hacía feliz -enfatiza la cordobesa-. Tuvimos unas clases que me cambiaron la vida, se llamaban “Drama y Expresión”. En esas clases no se trata tanto de la técnica, sino de expresar un rol. Ahí le tomé el gusto a la interpretación de un personaje”, cuenta la bailarina.

“Me fui a los 15 años, es algo que yo solita fui creando. Yo sentía que quería hacer esto, lo quería con todo mi corazón. Eso fue suficiente para que todos los días intentara mejorar, pedir ayuda cuando no me sentía bien. Hasta un abrazo. Yo pensaba que todo estaba roto, que todo mi cuerpo estaba lesionado, pero no, solamente era mi pie”, transparenta su grandeza profesional como humana.

Dinamarca, el próximo paso

Un correo electrónico de Mavis Staines le comunica que una nueva vida la aguarda, pero se presentaba de manera intempestiva.

“Estaba en Argentina, en mis vacaciones y recibo un correo electrónico de la directora que me dice: “Wilma, ¿vos estás interesada en Ballet Real de Dinamarca? Porque tienen una audición en tres días”, recuerda entre risas.

Lo que continúa luego es un hilo de acontecimientos transitados en modo rápido y sin lugar a un respiro: papeles, vuelos, pasantías, un nuevo hogar y la primera experiencia de audicionar en una de las compañías más emblemáticas y antiguas del mundo, el Royal Danish Ballet (Ballet Real de Dinamarca), que Wilma integra hace seis años.

“En Dinamarca, me di cuenta que tenían una forma muy especial de interpretar un ballet. El primer ballet que veo con ellos es La dama de las camelias, de John Neumeier, director del Ballet Hamburgo, un respetado coreógrafo. Es un ballet que requiere mucha técnica, pero sobre todo saber cómo contar historias y este ballet conocía eso. Acá puedo aprender a expresarme, no solo en lo técnico, sino en esta otra faceta artística. Es lo que hace esto un arte y no un deporte. Pude ver a los bailarines más grandes, que tienen mucha historia y experiencia, fue muy preciado para mí. Es la compañía en la que estoy creciendo y creando, lo que siempre soñé, crear roles, ya sea como solista o principales. Me dan espacio para ser yo misma, claro que con ayuda”, remarca.

Wilma Giglio por Denis Westerberg

Dos direcciones en el camino

J’aime Crandall es el nombre de la bailarina principal en el Ballet Real de Dinamarca . “La admiro mucho. Es unos años más mayor, está a punto de jubilarse, es decir, es una bailarina con experiencia. Desde que entré a la compañía, me empezó a guiar, a dar correcciones, cómo cuidarse y afrontar mentalmente un rol principal, por ejemplo. Ella es una de mis grandes referencias profesionalmente. Lleva un coraje poder pasar tus secretos. Yo quisiera ser así en un futuro”, anhela Wilma Giglio.

”María Ester Triviño -directora del Seminario Nora Irinova- fue mi primera maestra y siempre creyó en mí y en mi talento. Mavis Staines, directora del Canada’s National Ballet School, me abrió las puertas del mundo de la danza fuera de Argentina y creyó en mí desde el primer día que me vio en el Prix de Lausanne. También reconozco a Jean Lucien Massot, quien es uno de mis coach’s en la compañía y me ha guiado hasta el día de hoy en creer en mí, él fue mi coach la primera vez que hice el rol principal de El Lago de los Cisnes”, reconoce la destacada bailarina cordobesa.