Lisette Grosso, joven tanguera por reelección: “El bandoneón suena como a mí me gustaría sonar”

Lisette Grosso tiene solo 24 años, pero toca el bandoneón e interpreta el tango con la experiencia de quien lleva décadas haciéndolo. Esta joven artista, apadrinada por Raúl Lavié, se presenta el próximo sábado 18 a las 20, en el Teatro del Libertador junto a la Orquesta Provincial de Música Ciudadana. Su pasión por la música, su identificación con el instrumento, su percepción sobre la juventud y la actualidad y su controversial relación con la exposición que la llevó a alejarse del tango para volver a elegirlo por una “necesidad personal”.

“El tango vino de la mano con el bandoneón” dice Lisette, en un intento por explicar el origen de su pasión por el tango. Primero fue, entonces, el bandoneón. En realidad, primero fue el violín: uno de juguete que le regalaron cuando era muy pequeña y otro de verdad que exigió cuando tuvo algunos años más. Y aunque, al día de hoy, le gusta entretenerse con otros instrumentos, con el bandoneón le sucede algo más profundo que adquirió formalidad con el tiempo: “En un momento decidí darle seriedad a mi relación con la música, y, en ese sentido, elegí el bandoneón como el instrumento con el que me sentía más identificada. Su sonido, en especial el de la mano izquierda, me da la sensación de que es como a mí me gustaría sonar”.

Como primero fue el instrumento, le llevó tiempo entender al tango y tener un interés genuino en descubrir todo lo que tenía para ofrecer: “Es difícil elegirlo a corta edad, es un género muy complejo que involucra cuestiones adultas que considero que no son muy apropiadas para un niño o niña. Y, además, si no te llega de verdad lo que estás cantando o tocando no se cierra el ciclo. La interpretación queda a mitad de camino aunque técnicamente esté correcta”. Hoy, la artista ya cuenta con un disco solista (Cantar es vivir, 2014) y otros son que se encuentran en proceso de grabación junto a Contramano Tango 4.

Una infancia como profesional

Lisette estuvo muchos años de su infancia y adolescencia “encerrada en sí misma”. Solo se sentía segura en el estudio de las materias del colegio o de las clases de instrumentos o idiomas, pero la exposición le consumía mucha energía: “Sentía curiosidad por muchos temas además de la música y, de alguna manera, cuando uno es estudiante no tiene la responsabilidad de un profesional. Pero no pasa lo mismo cuando, mientras tanto, hay que subirse a escenarios y tener exposición. Yo no sé si en ese momento tenía una vocación. Quizás sí una inclinación, un gusto por la música. Pero ese proceso de aprendizaje fue, por decir de algún modo, más público que en una situación normal”.

A Lisette le costaba integrarse con sus compañeros, en parte, porque su tiempo era escaso y decidía invertirlo en la música: “A veces yo ponía una barrera, pero, además había muchas cosas que ellos vivían y yo no, las desconocía por no compartir tiempo con ellos. Eso generaba una distancia”. Sin embargo sostiene que no podría culpar a la música por no haber hecho cosas que quería: “Creo que es principalmente el haber sentido desde chica que cargaba con una responsabilidad profesional. Y eso, más que tiempo, me consumía mente y energía”.

La joven artista no considera haberse abierto un camino cuando a sus 10 u 11 años ya daba entrevistas y hacía presentaciones: “A decir verdad no registraba mucho lo que pasaba a mi alrededor. Iba a dar la entrevista o la presentación pero el resto del tiempo me mantenía al margen, en mi mundo. En estos últimos años si fui consciente de lo que hacía y tomo dimensión de las oportunidades y encuentros que tuve con otros músicos. A algunos los viví sin ser realmente consciente de la oportunidad que tenía y hoy pienso que me hubiera gustado comprenderlo y disfrutarlo más”.  

El tango, hoy

Lisette prefiere no generalizar cuando se le consulta si la juventud actual valora y entiende al tango y lo explica claramente: “Tampoco a toda la gente de más edad le gusta el tango necesariamente, o lo entiende, o le interesa. Creo que no hay que forzar las cosas. Pero sí rever un poco lo que mostramos del tango, porque hay estereotipos que entiendo que no resulten muy atractivos”. Considera que el tango es un género muy amplio, al igual que el folklore: “Me parece que, a veces, es cuestión de encontrar un estilo o un artista, el tema es que no es información que esté tan a mano y para alguien que no dispone del tiempo ni las ganas es más sencillo consumir algo que ya esté listo para ese fin. Pero, para quien pueda hacerlo, profundizar en la música argentina es un viaje de ida. Es música que habla de nosotros. No hay nada más lindo que eso”.

Reconociendo al tango como un género que, en sus letras, resalta emociones profundas, si la bandoneonista tuviera que escribir una obra sobre la actualidad, dice que lo primero que se le ocurre pensar es que no sería una canción muy esperanzadora: “En este momento veo mucha agresividad, discriminación y discusiones sobre temas que realmente creí que teníamos resueltos como sociedad. Solo queda refugiarse en el arte, en los objetivos personales y en la gente que hace bien. Si no, es para volverse loco”.

Volver al primer amor

A pesar de la clara inclinación y capacidad para la interpretación y para el bandoneón, que la llevó a ser reconocida como artista revelación, no todo fluyó siempre del mismo modo y con la misma energía en la carrera de Lisette. “Hubo un momento en el que yo pensé que ya no quería hacer música. Empecé a estudiar periodismo y me imaginaba con ese futuro. Pero, en 2019, me incorporé a la Orquesta Escuela Municipal de Tango de La Falda, la ciudad donde vivo”. El cómo llegó a formar parte de la orquesta municipal podría leerse, con emoción, como el impulso artístico que estaba allí guardado esperando la oportunidad de volver a manifestarse: “Primero me acerqué a un ensayo y escuché que el segundo bandoneón no iba a poder estar en un par de presentaciones que tenían por delante. Por un impulso que no sé de dónde vino me animé a preguntar si servía que yo cubra el rol para esas fechas”.

Ese momento, para Lisette, fue como una revelación: su pasión por el tango no estaba en discusión: “Me di cuenta de que lo que me había pesado durante tanto tiempo no era la música sino la exposición, llevar adelante un espectáculo sola o con músicos que me acompañaban”. A partir de entonces retomó la música desde otro lugar, con la idea de compartir con colegas y alejarse de la presión de ser solista: “Comencé a integrar el grupo Contramano Tango 4 y a elegir un poco más qué hacer y qué no”. Ese reencuentro, que suena casi como una canción con notas de alivio, marcó el recomienzo de su carrera artística y la reafirmación de que siempre se vuelve al primer amor: “Lo que hizo que me guste el tango fue el tiempo, la vida, el hecho de alejarme de él y retomarlo más tarde por una necesidad personal”.