Mientras el segundo día del CBA JAZZ llegaba a su fin, y el público salía del Real con la perplejidad fijada en sus rostros, los franceses Peirani y Parisien redondeaban una de las jornadas más intensas a lo largo de las ocho ediciones del Festival.
Cocina de Culturas llenaba de a poco su sala, que finalmente quedó repleta, para asistir a la presencia francesa en el Festival. Porque quienes frecuentan año a año el evento, saben que el arrepentimiento no es una opción: es preferible trasnochar y arriesgarse que perderse un recital extraordinario.
Tal fue el caso de la presentación del dúo francés, una propuesta legítima, honesta y original. El dúo expuso con contundencia su concepción del tiempo musical, madre de toda dinámica. Anclados en el trabajo del longuilíneo Vincent Peirani, que esculpe el tiempo con gran soltura, trabajaron sobre composiciones propias, de Sidney Bechet y Duke Ellington pero apropiándolas como un punto de partida, no como un destino. Ese espacio elástico fue poblado por el lirismo de Emile Parisien proyectado a través de gran variedad de recursos técnicos y texturales. Con gran paciencia ambos músicos fueron tejiendo una telaraña sólida, poblada de silencios y sobreentendidos donde la gente terminó de completar el mensaje. Esta concepción discursiva les permitió ir construyendo un relato musical poblado de imágenes. En este punto su música se volvía, paulatinamente, un original homenaje ellingtoniano. Pero no desde los gestos evidentes de la música del Duque, sino a través de un nectar destilado de coloraturas y dinámicas.
Hitchcock decía que quería tocar a la gente como si fuera un piano. Los franceses, durante la segunda jornada del Festival, tocaron a la gente como si fueran cineastas.