Cada 9 de julio se conmemora un nuevo aniversario de la declaración de independencia por el Congreso de Tucumán. El Dr. Esteban Llamosas, miembro de número de la Junta Provincial de Historia de Córdoba ofrece sus aportes sobre el pensamiento político de uno de los representantes de Córdoba en ese Congreso, reflejo de la formación política que se impartía en la Universidad de Córdoba.
La Declaración de Independencia y la Universidad de Córdoba, entre dos julios
*Dr. Esteban F. Llamosas, Miembro de Número Junta Provincial de Historia de Córdoba
En julio de 1793, el joven de 19 años Jerónimo Salguero de Cabrera y Cabrera, estudiante de leyes de la flamante cátedra de Instituta en la Universidad de Córdoba, presentaba unas conclusiones en latín dedicadas al obispo de la diócesis, y en ellas defendía con vehemencia la potestad de los reyes, el origen divino directo de su autoridad y la necesidad de obedecerlos en cualquier circunstancia. Ante la mirada del profesor Victorino Rodríguez, argumentaba que “está prohibido a cada uno de los súbditos tramar o ejecutar cosa alguna contra los reyes, aun los más crueles, de tal suerte que es reo de nefario sacrilegio ante Dios quienquiera que ose profanar las sacrosantas personas de los reyes o la majestad de ellos”. En 1816, veintitrés años después y en otro julio tucumano, en una casa que luego quedaría en la historia argentina, el mismo Salguero de Cabrera y Cabrera, ya un hombre maduro de 42 años, firmaba la declaración de independencia de las Provincias Unidas de Sudamérica. En ella, como diputado cordobés al Congreso de Tucumán, reconociendo el “clamor del territorio por su emancipación solemne del poder despótico de los reyes de España”, apoyaba decididamente, “en nombre y por la autoridad de los pueblos que representamos”, declarar a la faz de la tierra la voluntad indubitable de “romper los violentos vínculos que los ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando séptimo sus sucesores y metrópoli”.
Entre un julio y otro, el mundo que había conocido el joven estudiante ya no existía más: la Revolución de mayo de 1810 había terminado con la autoridad del Virrey; su profesor de Instituta, Victorino Rodríguez, había sido fusilado por defenderlo; se habían sucedido varios gobiernos provisorios y había comenzado la guerra contra los realistas.
Después de la Asamblea de 1813, que no había logrado declarar la independencia ni dictar una constitución, un nuevo Congreso se reunía en Tucumán con los mismos fines. Napoleón había sido derrotado en Europa y el rey de España había regresado al trono. En ese contexto, mientras Güemes defendía la frontera norte de las incursiones realistas y se discutía el proyecto de Belgrano para instaurar una monarquía constitucional, veintinueve diputados declararon la independencia. Alentados por San Martín, que preparaba en Mendoza su campaña libertadora, se rompían así los vínculos políticos con la Corona.
De los veintinueve firmantes del Acta, como Salguero de Cabrera y Cabrera, muchos habían pasado por la Universidad de Córdoba durante el período colonial, estudiando artes, leyes, teología y cánones. ¿Habían tenido que olvidar lo aprendido en aquellos tiempos de férrea defensa de la potestad de los reyes? No, sólo debieron proclamar la caducidad de las viejas autoridades y justificar por vía religiosa los nuevos gobiernos de la patria, a fin de obedecerlos. La Universidad colonial los había preparado para eso: adaptar doctrinas con flexibilidad y acatar las autoridades legítimas, jurándolas religiosamente. Sin minimizar el aporte de ideas más modernas ni el fervor patriótico, había algo todavía más fundamental: el sustento religioso y cultural de las autoridades. Éstas podían mudar, pero nunca sus fuentes de legitimidad, según la compartida cosmovisión de la época.
A comienzos de 1817 la Universidad celebró la flamante independencia, obligando a sus estudiantes a llevar sobre el pecho el escudo universitario bordado en celeste y blanco. De un julio a otro, la Universidad cerraba el círculo.