Claudia Piñeiro, Alejandro Dolina y Mario Vargas Llosa fueron algunos de los tantos destacados panelistas del 8° Congreso Internacional de la Lengua Española. Acá una repaso por sus ponencias.
El jueves 28 de marzo a las 15.30 hs, el Teatro Libertador abría sus puertas para recibir a la mesa “El valor del español como lengua de culturas. Literatura, oralidad, folclore” bajo la coordinación de la Dra. Ana Pizzaro y con las ponencias de Patricia Córdoba, Alejandro Dolina, Olga Fernández Latour de Botas, Gastón Melo, Norma Morandini y Claudia Piñeiro.
Por su parte, esa noche el teatro Real tenía una noche de música y disertaciones, a las 20 hs., con motivo de la Presentación de la edición conmemorativa Rayuela de Julio Cortázar a cargo del director de la RAE, Santiago Muñoz Machado, el presidente la Academia Argentina de Letras, José Luis Moure, Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, Nuria Cabutti de Alfaguara, el escritor Sergio Ramírez y la presencia estelar de Mario Vargas Llosa.
La ilusión de la palabra
“Lo que no se habla produce malestar”, afirmó Claudia Piñeiro, en un discurso ovacionado por el público, titulado “La voz potente de la impotencia”. La autora de “Las viudas de los jueves” sentenció “no soy académica, soy escritora”, para dar lugar a un relato que visibiliza la faceta pujante y conflictiva de una lengua viva que conversa con la realidad. Para ello, se apoya en las palabras- y de sus mundos significativos- de tres narradoras contemporáneas como son Marina Carrizo, Charo Bogarin y María Paz Ferreyra (Miss Bolivia).
Dolina, figura esperada por el público, invitó a que lo acompañemos en el trazado de sus pensamientos y reflexiones acerca de las preguntas que anunció a viva voz: “¿todo puede decirse?, ¿el lenguaje puede ser más real que las cosas? Y también para preguntar si finalmente estamos solos sin poder comunicarnos con nadie”. Abordando temas como fantasmas, Borges, los mitos griegos, Platón y Nietzsche, Dolina nos condujo a una encrucijada que mantiene la semiótica: ¿es la palabra creadora de ilusiones, percepciones y realidades o, bien, aquello que no se puede nombrar-es decir categorizar con el lenguaje- sencillamente no existe?
“Todo conocimiento es interpretativo y también lo son la comunicación y el lenguaje. Todos jugamos distintos juegos, no hay reglas generales, sino particulares”, sostuvo frente a un público cautivo de cada remate, de cada guiño, de esa brisa que significa escuchar a Dolina.
¿Cómo conocí a Cortázar?
Vargas Llosa fue el último en hablar, aunque gran parte de la sala llena fue su responsabilidad. El escritor peruano contó que conoció a Cortázar en 1958 y lo describió como muy alto, delgado, “de buen entraña” y generoso. Los relatos de Vargas Llosa lo registran como una persona atenta, tal vez como parte de esa generosidad, quien con cautela y dedicación respondía los correos de aquellos jóvenes escritores que buscaban el consejo del sabio. “Esa personalidad es inseparable de lo que es Rayuela”. Al respecto, Vargas Llosa dibujó a un Cortázar lúdico, alguien quien respetaba su espacio (físico y emocional) de jugar, de crear. Tal vez por eso, afirma el premio Nobel de Literatura, la naturaleza de su obra representaba al “mundo Cortázar”: “una novela de extraordinaria libertad, una novela de buena gente” en donde el título “Rayuela”, justamente un juego, cobra otro significado.
“¿Es la gran obra de Julio Cortázar, ´Rayuela´? Yo creo que no”, afirmó Vargas Llosa frente a un silencio cómplice de asombro. “Creo que fue un cuentista verdaderamente excepcional, un cuentista que tiene pocos equivalentes”.