Crónicas del CILE: “Cuidarnos de no confundir a la lengua viva con los cementerios de la lengua”

Lo que el CILE nos dejó: Un repaso por las palabras de la escritora cordobesa María Teresa Andruetto, en el marco de la sesión de cierre del VIII CILE. 

Sábado 30 de marzo. El teatro Libertador, en su rol de anfitrión, preparaba su penúltima mesa, una de las más esperadas por los medios, el público y los seguidores de la cordobesa.

Cualquier crónica o reporte sobre el discurso de Andruetto es menos que una aproximación a la delicadeza y claridad argumentativa del texto de la escritora. Y, como sucede con aquellos eventos extraordinarios, se palpita un aire de cierta emotividad, de fin de espera y de profunda admiración.

Luis García Montero, Director de Instituto Cervantes

Acompañada de Luis García Montero, presidente del Instituto Cervantes, la autora de “La durmiente” comenzó manifestando sus discrepancias con el Congreso respecto al criterio en la construcción de la agenda de contenido. Agradecida –Andruetto- por la oportunidad, el público mantuvo silencio sublime para escucharla, silencio interrumpido solo en momentos de ovación por alguna frase contundente. Advirtiendo a todos de un punto de vista “desobediente” a las instituciones asociadas en el CILE, allí estaba ella, discurso en mano, primer plano de su rostro proyectado en la pantalla, agua y una lectura que invitaba a seguir cada una de sus razonamientos.

¿De quién es la lengua?”, inquirió y quedó flotando en la sala la pregunta, de manera tácita. Vale aclarar que en otras mesas, en otras conversaciones y exposiciones, el tema de quién es el dueño o dueña de la lengua ( y, para sumar, si es española o mestiza) fue motivo de notables presentaciones.

“¿De quién es la lengua?” inquirió María Teresa Andruetto

Su discurso estuvo atravesado por tensiones históricas pero también de debates actuales que demandan atención y una respuesta que signifique un debate de desconstrucción, de valorización a la diversidad cultural y apertura a las resistencias (sociales (económicas, políticas, entre otras características).

Que la lengua está viva y las palabras no son tan inocentes, eso ya quedó claro. Pero Andruetto apuesta un poco más, y reflexiona frente a todos “¿Por qué sus modos de decir necesitan ser traducidos a un modo de decir mejor, a un bien decir?” en relación a traducciones “al español” de producciones regionalizadas como el caso de la película Roma. Y queda ese susurro adentro de los oyentes ¿qué es el bien decir?, ¿por qué sería mejor ese decir que el nuestro- uno argentino , por ejemplo-.

Al hablar de estas latitudes, Andruetto enfatiza: “siempre (fuimos) mestizos culturales”, para luego agregar “cada palabra es el resultado de una historia y de una serie de representaciones, pero solo adquiere su significado que designa una cosa y no otra en su diferencia con otras palabras de su misma lengua”.

Lo que la aclamada escritora advierte, con valientes y resonantes párrafos, no es tan solo la fuerza coercitiva de homogeneizar las lenguas de distintos puntos y culturas (y sus más variadas expresiones) a una sola, el español, sino el resultado -casi inexorable- en la forma de pensar. Es decir, incidir en la riqueza que propone una lengua significa inmiscuirse en los pensamientos de una región.

“Necesitamos instituciones reguladoras- insta desde el escenario-, pero necesitamos también que esas instituciones nos representen de una manera más justa porque una lengua, que por cierto es mucho más que sus reglas, vive en la boca de sus hablantes”.

Como voz disidente, regionalizada como cordobesa y potente frente a instituciones titanes legendarios como Cervantes o la Real Academia Española, Andruetto invita a valorar la potencialidad de la diversidad de las lenguas, en abrir el abanico de posibilidades significativas y expresivas como resistencia a la idea de una sola forma de escribir, hablar y pensar.

Montero siguiendo el discurso, escucha a la cordobesa comentar a su lado “necesitamos diversidad en las lenguas como parte de la diversidad de los ciudadanos”.  Ya sobre el final, la gente estalla en aplausos y las personas comienzan a levantarse una a una de sus sillas para acompañar a la destacable ovación que perduró bastantes segundos. Con la mente bien revolucionada y con más preguntas que respuestas, dejamos el Libertador para un próximo encuentro, aunque el debate continúa en nuestras cabezas.

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