La Dra. María Cristina Vera de Flachs – Junta Provincial de Historia- evoca la gran epidemia de cólera ocurrida a finales del siglo XIX
A raíz de la epidemia del coronavirus que estamos atravesando cobra sentido que nos ocupemos de una epidemia de cólera que hizo estragos en el país a fines del siglo XIX, aunque no fue la única pues antes hubo dos brotes: en 1868 y en noviembre de 1886. Esta última fue la que con mayor fuerza se propagó hacia el interior del país, no siendo tan significativa para Buenos Aires, a pesar de haber sido su puerta de entrada. El regreso de la enfermedad motorizó varias iniciativas como la llevada a cabo por los ministros de Brasil, Argentina y Uruguay en noviembre de 1886, cuando celebraron la II Convención Sanitaria y redactaron el 1er. Reglamento Sanitario Marítimo. Y la instalación efectiva de los lazaretos. La modalidad de control y profilaxis continuaba siendo el sistema de cuarentenas, pero el mismo se practicaba en lazaretos, que tenía por objeto aislar a las personas infectadas o sospechosas, del resto de la población local.
En 1896 hubo un nuevo brote. Pero veamos cómo comenzó. En 1892 Europa sufrió la última gran epidemia de cólera del siglo XIX. Para 1894 el mal estaba asentado en suelo argentino. En esos momentos la República Argentina recibía una gran cantidad de inmigrantes y el cólera llegó a nuestro país por medio de los barcos que venían de Italia, particularmente del puerto de Génova, que cargados de inmigrantes traían también el microbio. No obstante la enfermedad se encubrió un tiempo debido a los problemas que generaba en el comercio, pero por un corto lapso pues no pudo ocultarse más debido a que el desarrollo del cólera en Rosario y Buenos Aires generaba una importante morbilidad, mayor en los sectores bajos que en los medios y altos, atacando especialmente a aquella población que se encontraba asentada en las cercanías del riachuelo, principal embarcadero de ésta última ciudad y caracterizado por viviendas de tipo precario hizo que el mal se esparciera rápidamente.
El ferrocarril hizo el resto al desparramar esos migrantes en el interior argentino. Particularmente en el oeste de la provincia de Santa Fe y el sureste de la provincia de Córdoba que contaba con una población mayoritariamente rural, como consecuencia del fenómeno inmigratorio que había posibilitado la fundación de innumerables colonias.
Los gobiernos de ambas provincias trataron por todos los medios de combatir la enfermedad, pero el ferrocarril fue el gran propagador del mal en la región, de allí la gran cantidad de fallecidos cercanos al nudo ferroviario que era San Francisco. La tradición oral sostenía que el mal se trasmitía a través de las bolsas de arpillera que servían para embolsar los granos que transportaba el tren. De manera que el cólera siguió las vías férreas generando otros focos.
Por otra parte las provincias del Litoral: Entre Ríos, Corrientes y Chaco (en ese momento Territorio Nacional, dependiente del Estado Nacional) eran infectadas por el cólera en el mismo momento que la provincia de Santa Fe. Entre Ríos, expuesta a la llegada de barcos desde Buenos Aires y Rosario, también fue invadida por dicho mal que pasó a las jurisdicciones vecinas. Las provincias del norte como Salta y Jujuy también se vieron afectadas por esta dolencia. Como consecuencia varias provincias comenzaron un proceso de cerramiento de sus fronteras y de incomunicación con los focos de infección.
La provincia de Mendoza decretó la absoluta incomunicación con los puertos de Buenos Aires y Rosario mientras enviaba tropas a fin de emplazar un cordón sanitario, San Juan desarrollaba una estrategia similar mientras que las provincias de San Luis y Córdoba prohibían el paso de los trenes hacia sus territorios y en el caso de la última provincia imponían un cordón sanitario en Arroyo Tortugas, en el límite con la provincia de Santa Fe. Por otra parte la mayoría de las ciudades y provincias vecinas con las cuales la ciudad de Rosario tenía relaciones generaron también barreras para aislarse.
Para paliar la enfermedad Córdoba, al igual que otras partes del país, organizó lazaretos para internar a los enfermos. Y la prensa local además de recomendar guardar cama a los mismos informaba de artículos y remedios caseros destinados a la prevención del mal. Muchos de estos productos, en la mayoría de los casos pócimas, estaban en relación a las nociones acerca de las formas en que se transmitía la enfermedad y que circulaban en la cultura popular.
De aparición rápida, sintomatología violenta y definitiva, el cólera quedó ligado a las migraciones, los puertos, las aguas contaminadas, la falta de higiene y cierto relajamiento moral de las poblaciones afectadas. De todos modos debemos señalar que, muchas veces, los habitantes de la campaña por ignorancia o despreocupación llegaban a rehusar o rechazar los auxilios de la ciencia ocultando su enfermedad hasta el momento del desenlace fatal.
En Córdoba la pandemia de 1896 dio pie para que el Consejo de Higiene Provincial y la Asistencia Pública Municipal, nacida en 1892, determinara el ascenso de la élite médica a ciertos niveles del Estado, lugares desde donde pudieron legitimarse con el desarrollo de estrategias de combate contra dicha pandemia. Y que llevó que el entonces gobernador de Córdoba- Julio Astrada- reconociera en su discurso anual el accionar de los profesionales que atacaban la enfermedad.
Ha pasado más de un siglo pero muchas cosas se parecen