Ángel Hakimian: “El artista debe entregar el alma”

Siendo alumno del Seminario de Danza, debutó en un rol principal con el ballet profesional. Crónica de sus recuerdos.

 

Un bello pasaje de ballet.

El escenario del Teatro del Libertador San Martín es un testigo privilegiado de historia de la ficción que marcaron la vida de artistas que aquí vuelven a las tablas con sus recuerdos. La voz de la remembranza se hace oír en esta vez  con el bailarín y coreógrafo Ángel Hakimian.

Realizó su formación en el Seminario de Danza Clásica de Nora Irinova, además, en el Profesorado Superior de Danzas Folklóricas Argentinas y Latinoamericanas y se especializó en danza contemporánea. Sus maestros fueron profesionales de la talla de Ada Hünicken, Juan Carlos Olmedo, Jorge Tomín y Teresa del Cerro. Durante su residencia en Francia, integró el Ballet Clásico del Teatro Capitol, de Tolouse, y el Ballet de la Ópera de Nancy (Francia). Con su hermana, María Rosa Hakimian, fundó en París la compañía de danza “Alternancia”, en 1987.

 

Los primeros aplausos

“Uno de los mejores recuerdos que guardo en mi memoria ocurrió en el año 1976, cuando entré al Ballet Oficial por concurso de Oposición y Antecedentes”, dice el artista. Solo un tiempo atrás, cursaba el Seminario de Danza cuando el director del ballet, el recordado Jorge Tomín, visitó los ensayos en busca de un bailarín para la obra Capricho español, de Nikolái Rimski-Kórsakov.

“Mañana venite a tal hora, temprano, te voy a preparar en una semana, me dijo Tomín, y así fue, junto al maestro del seminario, Juan Carlos Olmedo, me prepararon para el rol de Capricho español. Era un rol de carácter, muy zapateado, había que tener oído porque era con orquesta, Jorge Tomín fue clave en mi carrera”, recuerda el bailarín.

Con los ensayos, el joven bailarín fue adquiriendo el tono y la técnica precisas, aunque el nerviosismo seguía presente.

“Bailé con Silvia Caponcelli, primera figura, que también dirigió el Ballet Oficial de la Provincia. Gran persona, bailarina y artista. A todo esto, recuerdo que el cuerpo profesional de baile estaba sentado viéndome, ellos no querían que un alumno del seminario tuviera un primer rol, tal vez sí roles eventuales o de apoyo. Tenía en mi espalda todo un cuerpo de baile. Yo temblaba. Pusieron la música y bailé con Caponcelli. Una vez que terminamos, el cuerpo de baile me aplaudió, no lo podían creer. Me parecía estar viviendo un sueño de un cuento de hadas”, recuerda.

 

1997, Adagio para dos, Angel Hakimian y Paulina Antacli.

La fuerza de la vocación

Su discurso es un entramado de nudos históricos, recuerdos y emociones que salen a la luz bajo palabras como “lo cuento y me emociono”, acompañado de un cálido tono de voz.

“Para mí fue un orgullo realizar esa interpretación como alumno del seminario, bailar como primera figura y saber que tenía el cuerpo del ballet a mis espaldas, sentía nervios a la vez orgullo”, recuerda.

“Mi papá siempre me apoyó -continúa-. Me apoyaba como profesor de Folklore Argentino, de danza Latinoamericana, Flamenco, pero no con tanta fuerza en lo Clásico; él no había pisado el Teatro San Martín”.

Su hermana, María Rosa, tomó la iniciativa para que la segunda función fuera especial para el joven Hakimian; ellos siempre fueron muy compañeros, compinches. Cuando el padre preguntó por Ángel y su actuación en el teatro, ella lo invitó a que comprobara con sus propios ojos el talento y el amor que su hijo transmitía en la obra.

Ese día, Hakimian practicó su liturgia antes de la función. Horas antes, se encontraba en su camarín alistándose, entre ejercicios y maquillaje.

“Entra Francisco Sarmiento, el iluminador del teatro, y me dice: ¿Sabés quién está conmigo en el seguidor? No, ¿quién?, le respondo, tu papá, me contesta. Entonces, se me cayeron los maquillajes de la mano. No podía creer que él estuviese ahí cuando, quizás, no aceptaba tanto que bailara Clásico”, rememora.

 

La figura del bailarín se impone en la escena.

Defender lo que se ama

Suena el timbre de la función y Hakimian tiembla de los nervios. La responsabilidad sumada a su espectador estrella. “Hubiera preferido no saber que él estaba ahí, pensaba qué va a opinar de mí”, desliza.

Termina el espectáculo y los aplausos, la ovación, no tardan en llenar el teatro: “Siempre con ese ballet era una alegría cada ovación, pero esa noche el primer ‘bravo’ que salió desde cazuela fue el de mi papá; lo tengo todavía presente luego de tantísimos años”, asegura.

“Voy al camarín a cambiarme, en eso es muy común que la gente se acerque a saludar, en especial cuando sos nuevo. En un momento, tocan la puerta, abro y era mi papá. Yo no sabía qué decirle. Estábamos mudos, yo, con un profundo respeto porque lo adoraba”, cuenta.

El silencio se interrumpe: “´Hijo, ahora sé lo que amas hacer. Ahora te voy apoyar incondicionalmente´ -revela Angel-. Yo no lo podía creer, desde ese momento, fue un apoyo incondicional tanto de mi padre como de mi madre”.

 

El aire del escenario

Entre otros momentos imborrables de su carrera profesional, Hakimian subraya su participación en Adagio para dos, de Samuel Barber, con una coreografía de Teresa del Cerro. “Fue un orgullo -sostiene-, fue muy lindo, en especial conociendo su recorrido, muy buena bailarina, excelente maestra. Lo estrenó conmigo y al otro día viajaba a Alemania”.

La compañía “Alternancia” reunió a la bailarina Paulina Antacli con Angel Hakimian en París. “Cuando Teresa repuso el Adagio, lo hicimos con Paulina. Cada vez que hacíamos el adagio era un encuentro de piel a piel, cada función era algo nuevo, como la primera vez. De sentirlo, de entregar el alma bailando como lo que somos, porque el artista debe entregar el alma”, sostiene.

“Un spot se iba agrandando a medida que se abría el telón y nos iluminaba poco a poco a nosotros en el piso del escenario. Cuando el telón se abre, siempre es un viento que entra. Vos ves todo negro porque está todo oscuro. Tantas veces caminábamos la escena con Paulina en París, recordábamos el Ballet Oficial de Córdoba y vivíamos momentos tan bellos en Paris bailando, estábamos en nuestra salsa que cada vez que hacíamos el Adagio en el teatro decíamos: bueno, suerte, a entregar el alma y a sentir la brisa de la escena que nos acaricia el rostro”.