El 16 de agosto de 1911, nace la Biblioteca Córdoba gracias al tesón de un correntino que adoptó nuestra ciudad como propia.
La Ley de Bibliotecas Populares del año 1870 le da un formidable impulso a la creación de este tipo de instituciones en el país.
El Monitor de la Educación Común -publicación del Consejo Nacional de Educación, año 1882, número 11-, registra hasta el año 1875 la existencia de bibliotecas en “Bell Ville, Santa Rosa, Villa Dolores, Tulumba, Villa del Rosario, Concepción de San Justo, Villa Nueva, Río Cuarto, San Javier y Villa de la Paz”.
Según la misma publicación, en la ciudad Capital existen la Biblioteca de la Universidad, la más antigua fundada por los jesuitas, la Biblioteca del Club Social, que brinda servicio solamente a los miembros de la asociación, la Biblioteca Protectora Unión, probablemente la más activa de todas abierta hasta siete horas diarias, la Biblioteca Unión y Progreso, ubicada en una casa colonial, por último, la Biblioteca de la Unión Tipográfica.
En 1888, con la fundación de la sociedad El Panal -en calle Rivera Indarte 55, donde actualmente está el Espacio Cultural Museo de las Mujeres-, nace una nueva biblioteca en la ciudad, la que será destruida por un incendio ocurrido en 1890.
En los primeros años del siglo XX, las bibliotecas públicas ocuparán un lugar cada vez más importante en la consideración pública, a raíz de su utilidad como instrumentos de la educación formal basado en la Ley 1420 que consagra en la República Argentina la educación laica, gratuita y obligatoria.
El patriarca de los anaqueles
La biblioteca pública del Estado en Córdoba nace a propuesta de Angel Fausto Avalos, destacado periodista de una escritura adelantada para su tiempo; su obra periodística está resumida en el libro Pensamiento y acción (1910).
En la sesión de diputados del 11 de junio de 1908, Avalos sostiene las que las bibliotecas “son el complemento necesario de la escuela elemental, de la enseñanza secundaria o especial y el auxiliar de los estudios universitarios por cuanto ofrecen al alcance de todos las obras literarias que antes eran sólo patrimonio de los pudientes”.
El diputado Avalos, que nace en Corrientes y toma carta de ciudadanía cordobesa, coincide con el postulado del español, Vicente Santamaría de Paredes, según el cual “las academias, bibliotecas, archivos y museos se consideran dependencias del ramo de la Instrucción Pública”.
El discurso completo del diputado Angel Avalos en pos de la Biblioteca de Córdoba, como se llama originalmente, es publicado en los diarios La Voz del Interior, Los Principios y La Verdad, lo cual deja de manifiesto el interés público que toma el debate. Editorial Minerva publica ese mismo año la exposición de Avalos en un folleto titulado La Biblioteca de Córdoba.
El proyecto
La institución de la biblioteca nace con el origen mismo de la Patria. En efecto, el 23 de septiembre de 1810, un decreto de la Junta Gubernativa, redactado por Mariano Moreno, crea la Biblioteca Pública de Buenos Aires, antecedente de la Biblioteca Nacional. Angel Avalos anhela para Córdoba una biblioteca similar, a la altura del desarrollo educativo de su tiempo.
El proyecto del correntino es aprobado en Diputados y cuando pasa a la Cámara de Senadores sufre una dilación antes de su aprobación definitiva, que ocurre el 16 de agosto del año 1911.
“Bajo la denominación de Biblioteca de Córdoba y desde marzo de 1912, el Poder Ejecutivo procederá a establecer en la ciudad capital la biblioteca Pública del Estado”, sostiene el artículo primero de la Ley 2139, publicado en Leyes de la Provincia de Córdoba, tomo 18.
Memorias de un principio
El contacto con algunos documentos oficiales relativos a la flamante biblioteca, papeles que se conservan celosamente en el Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba (AHPC), permite conocer qué libros se adquieren originalmente para dotar a la institución de materiales para su fin cultural.
Para alimentar sus anaqueles, la biblioteca compra ejemplares a la librería de Emilio Bougault, en París, también compra obras en la Librería Buffarini, en Buenos Aires, y en la Librería Rivadavia, en Córdoba, de acuerdo a documentación que se preserva el fondo Gobierno, Tomo 16, año 1913, en el AHPC.
La dirección de la biblioteca tiene la posibilidad de adquirir series de particulares, como las colecciones de revistas argentinas Caras y Caretas, PBT y Fray Mocho, propiedad de un particular llamado Maximiliano Ahumada.
Entre otros pedidos de compra, el director del establecimiento, Juan Manuel de la Serna, propone la adquisición de las obras completas de Domingo Faustino Sarmiento (53 tomos).
Un bien compartido
A un año de fundada la institución, su director, Juan Manuel de la Serna, informa que “la biblioteca cuenta al presente con un block de cerca de 2 mil ejemplares”, según un documento del 15 de marzo de 1913, que se conserva en el mismo Archivo de la provincia.
De acuerdo a este escrito, la bibliografía se adquiere considerando especialmente “todos aquellos libros que pueden ser objetivo de consulta práctica e inmediata de parte del público, a cuyos efectos (la biblioteca) ha pedido datos a los diferentes establecimientos de educación de la ciudad”, dice el informe citado.
Un dato que revela el aprovechamiento que la sociedad de aquel entonces le da a la primera biblioteca pública de Estado de Córdoba. En total atiende 11 horas diarias, “de 8 a 12 a.m., de 3 a 7 p.m. y 8 a 11 p.m.”, según el detalle.
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