El Último Ajusticiado y otros fantasmas

“El burro de los siete chicos, una vuelta al mundo del Abrojal en 80 relatos”, es el título de una obra de Jorge Villegas, destacado director teatral cordobés.

Homenaje a la obra que protegió a la ciudad de los torrentes y furias de La Cañada

La obra recibió el Premio a la Creación y Producción Teatral para el Público Adulto 2019, que otorga la Agencia Córdoba Cultura. El texto hace referencia a personajes imaginario y otras leyendas nacidas en la ribera de La Cañada.

El arroyo que cruza el centro de la ciudad dio lugar a varias supersticiones que fueron transmitiéndose de boca en boca hasta entrado el siglo 20. Un libro, “Duendes en Córdoba” (1949), de Azor Grimaut, recoge esas creencias extrañas a la fe y contrarias a la razón.

El trabajo tiene el gran mérito de haber llevado a la tradición escrita relatos y saberes de la tradición oral cordobesa; “supersticiones, remedios caseros, dichos, juegos de niños, en fin, referencias sobre costumbres populares de la gente criolla de mi ciudad”, que de otro modo los años hubiera disuelto para siempre de la memoria popular.

El fragmento del Calicanto que sobrevivió a la picota

Azor Grimaut, quien ejerció el periodismo en La Voz del Interior y La Razón, cuenta que la aparición del burro con los pequeños a cuestas, del que habla Villegas, sucedía con alguna frecuencia a la medianoche, en un cañaveral a orillas de una acequia que llevaba agua al Paseo Sobre Monte, a la altura de los fondos del colegio Santo Tomás.

“No producía ruido alguno al caminar, cuenta la leyenda, y los chicos parecían empalizados, ya que no se movían, viajando tiesos”, dice Grimaut. De pronto, la presencia desaparecía cuando en la esquina de Duarte Quirós y Bolivar, lugar en el que la acequia tomaba dirección al estanque y paseo de la ciudad.

En las riberas del arroyo La Cañada habitó un colectivo de seres imaginarios entre los cuales estaban “El burro de los siete chicos”, además de la “Pelada de La Cañada”, “La Llorona”, “El Farol”, “El chancho Benedito”, “la Gallina Gigante” y el fantasma de “El último ajusticiado”.

Contra este muro fue ajusticiado Zenón La Rosa en 1872

En el banquillo

Zenón La Rosa, un comerciante, fue el último condenado a muerte hallado culpable por el asesinato de Rosario Ortíz, su esposa, a quien mató de una puñalada producto de los celos, según la crónica de Nazario Sánchez en “Hombres y episodios de Córdoba” (1928).

De acuerdo al relato, La Rosa y Ortíz estaban separados pero el asesino logró entrar a la casa de la víctima con el pretexto de querer entablar una conversación amigable. Sucedió lo peor, un “crimen pasional” se decía. La Rosa fue encontrado culpable y condenado a muerte.

La sentencia se ejecutó el 29 de abril de 1872, en el extremo sur del Calicanto, muro de piedra y cal construido en 1671 para contener las temibles crecidas de La Cañada. La muralla se extendía entre las actuales calles San Luis y Caseros a lo largo de calle Belgrano; un fragmento de esa defensa se conserva en la esquina de Belgrano y San Juan.

La muralla fue construida en 1671

Ese día, Zenón La Rosa salió de la antigua cárcel que funcionó en la esquina donde hoy se levanta el centro comercial vecino al Teatro del Libertador San Martín, vestido con una especie de mortaja blanca con una cruz roja pintada a la altura del pecho. El reo era trasladado a pie, acompañado por una guardia policial y alguien de la Santa Hermandad de la Caridad, orden religiosa dedicada a la asistencia de los condenados. En el camino, cuenta Nazario Sánchez, el reo desfalleció y tuvo que ser llevado en carruaje  hacia su destino final.

El tiro del final

La ceremonia de ejecución despertaba intereses de todo tipo en la población. El periodista Alejandro Marecco, en una nota publicada en La Voz del Interior con el título de “Morir contra el Calicanto” (abril, 1994), rescata un trabajo de César Pelazza, publicado en ese diario en 1929. “La lúgubre procesión marchaba lentamente en medio de las preces de las circunstancias y del público estacionado para ver pasar el fúnebre cortejo”, según cuenta Pelazza.

César Pelazza era un escritor y periodista, nacido en 1885 en Turín, según el “Diccionario ítalo-argentino”, de Dionisio Pitrella y Sara Sosa Miatello. El autor se estableció en Córdoba después de vivir en Buenos Aires. Aquí colaboró en distintos medios gráficos, escribió ficciones y es autor de un poema dedicado a Jerónimo Luis de Cabrera.

“Los vendedores ambulantes de frutas, de tortas, de empanadas, de patay y de otros comestibles populares, hacían su agosto. Para la plebe, la ceremonia no dejaba de ser una fiesta”, agrega el cronista.

El asesino de Rosario Ortíz fue sentado en un banquito contra el Calicanto. El fuego de los fusiles no acabó inmediatamente con la vida del condenado, por lo que uno de los fusileros debió descargarle el tiro de gracia. El mundo de los seres quiméricos de La Cañada recibía a un nuevo integrante: el fantasma del último ajusticiado.

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